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Crece cada vez más la conciencia de que la Tierra y la humanidad tienen un destino común, porque forman una unidad única y compleja. Esto es lo que los astronautas han declarado desde la Luna o desde sus naves espaciales. Una parte de la Tierra es inteligente y consciente: son los seres humanos.

Desde la más remota antigüedad la Tierra ha sido vista como la Gran Madre, viva y generadora de todo tipo de vida. Modernamente, científicos de las ciencias de la vida y del universo han comprobado empíricamente que no sólo posee vida, sino que ella misma está viva. Ella emerge como un Ente vivo, un superorganismo que se comporta como un sistema que combina todos los factores y energías cósmicas, de tal manera que siempre se mantiene viva y produce permanentemente las más diversas formas de vida. La llamaron Gaia, nombre griego para designar a la Tierra como un ser vivo.

A lo largo de su historia, el ser humano ha tenido, dicho brevemente, tres tipos de relación con la Tierra y la naturaleza. El primero fue de interacción: interactuaba armoniosamente y tomaba lo necesario para vivir. El segundo fue de intervención cuando, hace unos dos millones de años, apareció el homo habilis, que utilizaba instrumentos para intervenir en la naturaleza y garantizar mejor su sustento. Todo culminó en el neolítico, hace 10-12 mil años, cuando se implantó la agricultura con el manejo de semillas y especies, y también de animales. El tercero fue la agresión típica de los tiempos modernos. Utilizando todo tipo de maquinaria, incluso autómatas e inteligencia artificial, el ser humano ha perpetrado una agresión sistemática a la naturaleza para extraer de ella todos los recursos para su comodidad y también para la acumulación de riqueza material. Esta guerra de agresión se ha llevado a cabo en todos los frentes: en el suelo, en el subsuelo, en el aire y en los océanos. También se ha entablado entre los seres humanos, que son la parte de la Tierra con inteligencia y conciencia.

Michel Serres, filósofo que cultivaba varias áreas del conocimiento, escribió en 2008 un libro titulado Guerra Mundial, en el que describe la dramática historia de las agresiones humanas a todos los ecosistemas y especialmente las guerras entre los propios seres humanos. Según sus datos, desde tres mil años antes de nuestra época hasta el presente, han muerto en conflictos tres mil ochocientos millones de seres humanos. Sólo en el siglo XX fueron 200 millones. Según algunos científicos, hemos inaugurado una nueva era geológica, el antropoceno y el necroceno: el ser humano es la mayor amenaza para la vida en la Tierra; con los medios de destrucción que maneja ha demostrado ser una máquina de muerte (el necroceno). En función de esto, en 2019 se invirtieron 1 billón 822 mil millones de dólares en armas letales, totalmente ineficaces y ridículas frente al coronavirus invisible.

La Tierra sintió los golpes y no ha dejado de reaccionar: mediante el calentamiento global, los tsunamis, los eventos extremos, las largas sequías o las prolongadas nevadas, el deshielo y el caos climático.

La reacción, verdadera represalia de la Tierra, proviene de los virus (hay unos 200.000) cada vez más frecuentes y violentos, como el zika, el chicungunya, el ébola, el SARS, la gripe porcina y aviar y otros. Estaban tranquilos en sus hábitats, pero la feroz deforestación, la erosión de la biodiversidad y la creciente urbanización del planeta, la cría industrial de animales, hizo que perdieran sus hábitats y buscaran otros, pasando de los animales a los humanos. Los virus no viven por sí mismos; necesitan células huésped para reproducirse. Así es con el coronavirus actual.

La hipótesis que propongo es que, en este momento, los papeles se han invertido. Siendo un superorganismo vivo, la Tierra reacciona, contraataca y se venga de la humanidad, porque como dice el Papa en su encíclica ecológica “nunca hemos maltratado y herido a nuestra Casa Común como en los dos últimos siglos” (n. 53).

Ahora, enfadada, Gaia grita: “¡Basta! Soy una madre generosa, pero tengo límites vitales insuperables. Debo dar serias lecciones a estas hijas e hijos míos rebeldes y violentos. Si no han aprendido a interpretar las señales que les he enviado y no me respetan y cuidan como su Madre, puede que ya no los quiera sobre mi suelo”.

Creo que el Covid-19 es uno de esos signos, no el último todavía, pero lo suficientemente letal como para sacudir los cimientos de nuestro tipo de civilización. Los biólogos temen que podamos ser víctimas del llamado Next Big One (NBO), un último tan letal e inexpugnable que sea capaz de poner fin a la especie humana.

El coronavirus nos da una alerta. Como dijo la socióloga y ecologista Bellamy Fosters de la Universidad de Oregón: “La sociedad tendrá que reconstruirse sobre una base radicalmente nueva. La elección que tenemos ante nosotros es cruda y dura: la ruina o la revolución”.

La física nuclear y ecologista india Vandana Shiva dice: “Un pequeño virus puede ayudarnos a dar un gran paso adelante para fundar una nueva civilización planetaria ecológica basada en la armonía con la naturaleza. O podemos seguir viviendo la fantasía de dominio sobre el planeta y seguir avanzando hasta la próxima pandemia. Y, por último, hasta la extinción. La Tierra seguirá, con o sin nosotros”.

En el próximo artículo veremos lo que todavía podemos hacer

Leonardo Boff es ecoteólogo y ha escrito: Cuidar la Tierra – proteger la vida: cómo escapar del fin del mundo, Record 2010, Trotta, Madrid 2011.

Traducción de Mª José Gavito Milano