Escolha uma Página

¿Cómo no indignarse ante tan cobarde y bárbaro asesinato?

Publico este texto de un periodista muy competente y ético, conocido mío desde hace muchos años, Fernando Molica, en su Facebook del 15 de febrero. ¿Cómo no indignarse frente a tanta perversión y voluntad de matar? Si un profeta del Antiguo Testamento, como Amós, estuviese en nuestro medio, seguramente lanzaría la maldición divina sobre el cobarde y frío asesino. ¿Hemos perdido la profecía? ¿Somos incapaces de una acción de protesta? Había mucha gente alrededor que presenciaba el crimen. Sólo una mujer, entre tantos presentes, intentó disuadir al asesino. La callaron. Hay que citar el nombre del asesino: DAVI RICARDO MOREIRA AMÂNCIO, guardia de seguridad del supermercado Extra en Río, y de su víctima: PEDRO GONZAGA. Cuando la maldad es demasiado grande nos sentimos impotentes y las palabras se ahogan en nuestra garganta. Pero tenemos que protestar y reaccionar. Según datos  leídos hace días en varios periódicos (es preciso verificarlo con exactitud) cada 23 minutos es asesinado un negro en nuestro país. El ex presidente Pepe Mujica me decía hace dos años en su chacra: “Hay una diferencia muy grande entre Uruguay y Brasil. Aquí la vida vale y en su país la vida no vale nada; aquí los asesinatos son mucho menos y son castigados; en su país se mata por un par de tenis y la cosa queda así”. Es triste y vergonzoso para nosotros escuchar tal consideración de boca de un viejo y sabio político que quiere mucho a Brasil. Y hay gente que hace públicamente apología de la tortura y de la muerte. Y sabemos quién es. No podemos tolerar más tanta matanza para no atraer la ira de Aquel se presentó “como el apasionado amante de la vida” (Libro de la Sabiduría 11,24) y que está del lado de aquellos que son condenados a morir violentamente antes de tiempo. LBoff

*************

Las imágenes que muestran el asesinato del joven Pedro Gonzaga a manos de Davi Ricardo Moreira Amâncio, seguridad del supermercado Extra, revelan el absurdo grado de perversidad en el que vivimos. “Ya sería imperdonable si el asesino” por miedo excusable, sorpresa o emoción violenta” (reproduzco las palabras usadas en proyecto presentado por el gobierno federal) hubiera matado al muchacho con un tiro o con un puñetazo. Pero no, cometió el homicidio de forma lenta, pensada, brutal, aun estando delante de decenas de personas. Parecía tener placer al echarse sobre el cuerpo de su víctima mientras le apretaba el cuello. Actuaba de manera tan natural que, mientras mataba, llega a discutir con una mujer que intenta impedir el crimen.

Sus compañeros de trabajo, guardias de seguridad como él, no hicieron nada para evitar el crimen, uno de ellos llegó a tratar de impedir la filmación de la escena. El comportamiento de los otros guardias mostró que la perversidad no es sólo del asesino, está generalizada entre nosotros. Pocas veces he visto tanto absurdo, correspondiente a la hoy clásica expresión de la banalidad del mal acuñada por Hannah Arendt. El tipo mata porque se cree en el deber -más que en el derecho- de matar. Mata, mata, mata es lo que oye todos los días, es el grito que viene de las calles y de los palacios. Tienes que matar, tienes que matar, repite él, y es lo que hace.

Él está del lado de la mayoría, de los que gritan, de los que aplauden las masacres, del lado de aquellos que, en lugar de hacer cumplir la ley, registraron su crimen como algo menor, culposo, no intencional. Es posible que ni siquiera fuera acusado si no hubiera imágenes de su crimen.

A fin de cuentas, la víctima era una más  de aquellas que por su color y por su clase social necesitan probar todo el tiempo que son inocentes, muchas veces las matan antes de lograrlo. Poco después del homicidio ya había la versión, contestada por las imágenes de las cámaras del supermercado, de que el chico habría intentado robar el arma del guardia de seguridad (como si eso justificara su asesinato). Nos estamos transformando en una sociedad de asesinos (añado: un país que mata por perversión, que tiene placer en matar). Todos los que gritan pidiendo muerte son cómplices de este guardia seguridad.

Observación: el sitio de O Globo publicó la noche del viernes que Pedro Gonzaga, el joven muerto, vivía en Barra, era de una familia de clase media y sufría de una dependencia química. Esto sólo refuerza que ninguno de nosotros está libre también de la violencia practicada por agentes de seguridad, públicos o privados. El grito de muerte atrae más muertes, es obvio. FM