Dom Oscar Arnulfo Romero era um bispo do interior e conservador. Transferido para a Capital El Salvador começou a dar-se conta da dizimação que os militares faziam dos opositores da ditadura e de simples camponeses. Depois de assassinarem o padre Rutilio Grande deu-se conta da barbárie que estava em curso. Converteu-se à causa dos direitos dos pobres e da teologia da libertação que reflete a partir da opressão perversa contra muitos do povo. Encontrei-me várias vezes com ele. Tinha uma clara aura de santidade e a bondade e a doçura de seu olhar o comprovavam. Numa das vezes em 1979 em Puebla no Mexico me chamou ao lado e pediu-me: “Padre Boff, vc que é teólogo, ajude-nos a fazer uma teologia da vida por que no meu pais a morte é absolutamente banal. Estão matando catequistas apenas pelo fato de terem consigo o catecismo que ensinam crianças,alegando que estão indotrinando-as no marxismo”. Como sabemos, enquanto erguia o cálice com o sangue de Cristo foi alvejado por uma bala assassina, misturando seu sangue de martir com o aquele de Cristo. Roma demorou muitos dias para reconhecer seu assassinato. Os detratores do compromisso da Igreja com o pobres fizeram passar a versão de que se tratava de uma morte de origem política e não religiosa. Depois condenaram o ato sem referir-se aos atores. Hoje é venerado como Santo, pois o era de verdade. O Papa Francisco liberou o curso de sua beatificação e posterior santificação. Oxalá venha logo para unir-se a outros tantos martirizados por causa de sua luta pela justiça dos humildes como a freira Dorothea Stang. o meu aluno o Pe. Josimo entre outros e outras. Publicamos aqui um texto do grande escritor, amigo do Brasil e das grandes cauas, o uruguaio Eduardo Galeano: LBoff
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En la primavera de 1979, el arzobispo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero, viajó al Vaticano. Pidió, rogó, mendigó una audiencia con el papa Juan Pablo II:
-Espere su turno.
-No se sabe.
-Vuelva mañana.
Por fin, poniéndose en la fila de los fieles que esperaban la bendición, uno más entre todos, Romero sorprendió a Su Santidad y pudo robarle unos minutos.
Intentó entregarle un voluminoso informe, fotos, testimonios, pero el Papa se lo devolvió:
-¡Yo no tengo tiempo para leer tanta cosa!
Y Romero balbuceó que miles de salvadoreños habián sido torturados y asesinados por el poder militar, entre ellos muchos católicos y cinco sacerdotes, y que ayer nomás, en vísperas de esta audiencia, el ejército había acribillado a veinticinco ante las puertas de la catedral.
El jefe de la Iglesia lo paró en seco:
-¡No exagere, señor arzobispo!
Poco más duró el encuentro.
El heredero de San Pedro exigió, mandó, ordenó:
-¡Ustedes deben entenderse con el gobierno! ¡Un buen cristiano no crea problemas a la autoridad! ¡La iglesia quiere paz y armonía!
Diez meses depués, el arzobispo Romero cayó fulminado en una parroquia de San Salvador. La balá lo volteó en plena misa, cuando estaba alzando la hostia.
Desde Roma, el Sumo Pontífice condenó el crimen. Se olvidó de condenar a los criminales.
Años después, en el parque Cuscatlán, un muro infinitamente largo recuerda a las víctimas civiles de la guerra. Son miles y miles de nombres grabados, en blanco, sobre el mármol negro. El nombre del arzobispo Romero es el único que está gastadito.
Gastadito por los dedos de la gente.
Eduardo Galeano en su libro “Espejos”.
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En la primavera de 1979, el arzobispo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero, viajó al Vaticano. Pidió, rogó, mendigó una audiencia con el papa Juan Pablo II:
-Espere su turno.
-No se sabe.
-Vuelva mañana.
Por fin, poniéndose en la fila de los fieles que esperaban la bendición, uno más entre todos, Romero sorprendió a Su Santidad y pudo robarle unos minutos.
Intentó entregarle un voluminoso informe, fotos, testimonios, pero el Papa se lo devolvió:
-¡Yo no tengo tiempo para leer tanta cosa!
Y Romero balbuceó que miles de salvadoreños habián sido torturados y asesinados por el poder militar, entre ellos muchos católicos y cinco sacerdotes, y que ayer nomás, en vísperas de esta audiencia, el ejército había acribillado a veinticinco ante las puertas de la catedral.
El jefe de la Iglesia lo paró en seco:
-¡No exagere, señor arzobispo!
Poco más duró el encuentro.
El heredero de San Pedro exigió, mandó, ordenó:
-¡Ustedes deben entenderse con el gobierno! ¡Un buen cristiano no crea problemas a la autoridad! ¡La iglesia quiere paz y armonía!
Diez meses depués, el arzobispo Romero cayó fulminado en una parroquia de San Salvador. La balá lo volteó en plena misa, cuando estaba alzando la hostia.
Desde Roma, el Sumo Pontífice condenó el crimen. Se olvidó de condenar a los criminales.
Años después, en el parque Cuscatlán, un muro infinitamente largo recuerda a las víctimas civiles de la guerra. Son miles y miles de nombres grabados, en blanco, sobre el mármol negro. El nombre del arzobispo Romero es el único que está gastadito.
Gastadito por los dedos de la gente.
Eduardo Galeano en su libro “Espejos”.
Republicou isso em luveredas.
Espero que o Papa Francisco tenha êxito na beatificação de D. Romero. Será uma chance da Igreja fazer mais um ato de justiça para com seus autênticos santos..
A América Latina tem muito a falar sobre sacrifício e fé, desde que o conservadorismo e a intolerância se permitam ouvir. Vi o filme alguns anos atrás e para mim ficou claro o caráter de santidade no martírio de Dom Oscar Romero, um santo dos dias atuais pelo testemunho de amor e abnegação. Belo texto!
Tantos santos nessa América Latina e, colocam nos altares um pessoal que nem um “milagrito” fez. Outros que têm reputação meio suspeita… Bom, rezar para Dom Romero é certeza de ter a prece atendida. Já os novos santos…
A palavra SANTO é um problema sério, na Igreja.
E o santo é João Paulo ll? Quanta hipocrisia!
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Forte, comovente e verdadeiro…