En la cultura de hoy, la palabra “espíritu” está desvalorizada en dos frentes: en la cultura letrada y en la cultura popular.
En la cultura letrada dominante “espíritu” es lo que se opone a la materia. La materia sabemos más o menos lo que es, ya que puede ser medida, pesada, manipulada y transformada, mientras que el “espíritu” cae en el campo de lo intangible, indefinido, y hasta nebuloso. La materia es la palabra-fuente de los valores axiales de la experiencia humana de los últimos siglos. La ciencia moderna se ha construido sobre la investigación y el dominio de la materia. Ha penetrado hasta sus últimas dimensiones, las partículas elementales, hasta el campo de Higgs en el que se habría dado la primera condensación de la energía originaria en materia: los tan buscados bosones y hadrones y la llamada “partícula de Dios”. Einstein demostró que la materia y la energía son equivalentes. La materia no existe. Es energía altamente condensada y un campo riquísimo de interacciones.
Los valores espirituales en el sentido moderno convencional, se sitúan en la superestructura y no caben en los esquemas científicos. Su lugar es el mundo de la subjetividad, entregado a la discreción de cada uno o de los grupos religiosos. Expresándolo de una manera un tanto grotesca, pero no demasiado, podemos decir con José Comblin, gran especialista en el tema: «Cuando se habla de “valores espirituales “, todo el mundo piensa que está hablando un burgués en una reunión de los Rotarios o del Club de Leones después de una copiosa cena regada con buenos vinos y a base de comida fina. Para el pueblo en general, “valores espirituales” equivale a “palabras bonitas pero vacías”. O pertenece al repertorio del discurso eclesiástico moralizante, espiritualizante y en relación hostil con el mundo moderno.
Como resultado de ello, la expresión “valores espirituales” aparece con más frecuencia en los labios de los sacerdotes y obispos de tendencia conservadora. De ellos es común escuchar que la crisis del mundo contemporáneo se encuentra fundamentalmente en el abandono del mundo espiritual: la no asistencia a misa o cualquier otra referencia explícita a la Iglesia jerárquica.
Pero con los escándalos de los últimos tiempos, con los sacerdotes pedófilos y con los escándalos financieros vinculados al Banco Vaticano, el discurso oficial de los “valores espirituales” se ha devaluado. No ha perdido su valor, pero la entidad oficial que los anuncia tiene muy poca audiencia.
En la cultura popular, la palabra “espíritu” tiene gran validez. Traduce cierta concepción mágica del mundo en contra de la racionalidad aprendida en la escuela. Para gran parte del pueblo, especialmente los influidos por la cultura afrobrasileña e indígena, el mundo está habitado por espíritus buenos y malos que afectan a las diferentes situaciones de la vida, como la salud y la enfermedad, la vida afectiva, los éxitos y los fracasos, la buena o la mala suerte. El espiritismo ha codificado esta visión del mundo por la vía de la reencarnación. Cuenta con más seguidores de los que se piensa.
Sin embargo, en las últimas décadas nos hemos dado cuenta de que la racionalidad excesiva en todos los ámbitos y el consumismo exacerbado generan saturación existencial y también mucha decepción. La felicidad no está en la materialidad de las cosas, sino en las dimensiones relacionadas con el corazón, el afecto, las relaciones de amor, de solidaridad y de compasión.
Por todas partes se buscan experiencias espirituales nuevas, es decir, sentidos de vida que van más allá de los intereses inmediatos y de la lucha diaria por la vida. Ellos abren una perspectiva de esperanza y luz en medio del mercado de ideas y propuestas convencionales, difundidas por los medios de comunicación y también por las llamadas “instituciones de sentido” que son las religiones, las iglesias y las filosofías de vida. Han adquirido fuerza a través de los programas de televisión y de los grandes shows religiosos que obedecen a la lógica del espectáculo masivo y que, por eso mismo, se desvían del carácter reverente y sagrado de toda religiosidad. En una sociedad de mercado, la religión y la espiritualidad se han convertido en mercancías disponibles para el consumo general. Y producen un montón de dinero.
No obstante esta mercantilización de lo religioso, el mundo espiritual ha empezado a incrementar su fascinación aunque, la mayoría de las veces, en forma de esoterismo y de literatura de autoayuda. Aún así, ha abierto una brecha en el mundo profano y en el carácter gris de la sociedad de masa. En los medios cristianos han surgido las Iglesias pentecostales, los movimientos carismáticos y la centralidad de la figura del Espíritu Santo.
Estos fenómenos suponen un rescate de la categoría “espíritu” en un sentido positivo e incluso anti-sistémico. El “espíritu” es una referencia consistente y ya no está colocado bajo sospecha por la crítica de la modernidad que sólo aceptaba lo que pasaba por el tamiz de la razón. Pero la razón no lo es todo, ni lo explica todo. Hay lo arracional y lo irracional. En los seres humanos hay el universo de la pasión, del afecto y del sentimiento que se expresa mediante la inteligencia emocional y cordial. El espíritu no rechaza la razón, antes bien, la necesita. Pero va más allá, englobándola en un nivel superior que tiene que ver con la inteligencia, la contemplación y el sentido superior de la vida y de la historia. En términos de la nueva cosmología él sería tan ancestral como el universo, éste también portador de espíritu. ¿La era del espíritu que existe desde el primer princípio?
Sono Daccordissimo con don leonardo
boff .
No meu entendimento, a razão está incluída naquilo que se chama Inteligência Emocional. O amor, por incrível que pareça, é um sentimento puramente racional.
Vinicius
sua opinião é rara e não a vejo atestada na história da reflexão filosofica.
lboff
Un seguidor de la vondad q UD EMANA con inteligencia de teologo de la liberación,fer
Estimado Leonardo:
Estudié teología en los años 90. Mis lecturas y reflexiones posteriores me llevaron por otros caminos. He leído con atención a post estructuralistas como Foucault y Deleuze, quienes me hacen mucho sentido. Me interesaría mucho leer comentarios críticos, no apologéticos, de teólogos que asuman críticamente las categorías de esos autores respecto del cuerpo, el poder y las instituciones. ¿Es posible que me recomiende algunas lecturas para alguien que no lee teología desde hace veinte años?
Excusa mi intromisión, te sugiero “EL ÁGUILA Y LA GALLINA” de Leonardo Boff.
ESPIRITUALIDADE
A verdadeira espiritualidade só é conquistada por aqueles que abrem seus corações para contemplar a sua comunidade, a sociedade como um todo e o mundo em que vivem, e unido a espiritualidade está o amor e a paz, que por sua vez, somente serão conquistados por queles que em sua contemplação choram juntos os sofrimentos alheios e agem com o desejo desenfreado de transformar a dor em alivio justo. É o fruto de uma luta corajosa e forte, onde ficamos feridos e sangrando em batalhas vencidas passo a passo, onde o único alicerce de toda espiritualidade é a Palavra de Deus que alimenta o espírito.
Todo este caminho que se percorre na verdadeira espiritualidade é um processo de libertação interior, onde somos chamados a realizar o projeto de Amor de Deus, um compromisso ativo com o crescimento do outro. A idéia de um argumento de trabalho e amor ao próximo pode parecer muito linda, mas o difícil é trazer para o mundo o objetivo e a concretização desta missão, o empecilho é viver diariamente com Pessoas difíceis de conviver, ou por terem uma convicção ideológica fixa e distorcida ou por seus corações estarem cauterizados pela falta de Amor.
Não existe uma autêntica espiritualidade sem uma referência explicida a determinados valores fundamentais, como a defeza da vida, da paz e dos direitos humanos. O espiritualista enxerga com as lentes do Amor de Deus a necessidade, a fraqueza, a miséria, a pobreza dos que são oprimidos na sociedade pelo poder desenfreado dos mais fortes; mergulhando assim, na realidade do seu próximo, vivenciando juntos as experiências, para compreender e libertá-los do cativeiro em que vivem. Transformando não só suas vidas cativas, mas transformando igualmente aqueles que os oprime, colocando em suas faces os óculos do arrependimento e a visão de Cristo.
Engana-se aquele que acha que a espiritualidade é enclausurando-se numa religiosidade isolista e egoista, este perde o sabor de satisfação, prazer e alegria de ver o mundo onde vive transformado em vida digna de ser vivida. Quando caminhamos sobre os passos do Cristo, buscamos conectar a vontade divina, a luz da Graça do Criador, de modo que podemos transformar o mundo.
Só vencemos se Cristo vive em nós, não se deixando escravizar pelas coisas do mundo, exatamente como o Apóstolo Paulo disse em Gálatas, capítulo 2, versículo 20: “Já não sou eu quem vive, mas Cristo é quem vive em mim”.
Na espiritualidade a vida presente é a Graça de Deus sobre nós, que só pode ser vivida e sentida, se estiver cheia da fonte de Amor e compaixão ao próximo na práxis. Nada é mais triste e deprimente que ser antagônico, omisso, alheio, irrespossável, vazio de Amor e iníquo.
Um ser espiritual luta para transformar a sociedade numa sociedade equilibrada e feliz, com menos problemas emocionais e sociais, plantando o amor com compaixão e a reflexão da vida para Cristo no coração de quem anseia sentir este amor, e de quem nem sequer ouviu falar dEle, e se ouviu estava muito ocupado em seu engano de vida.
O Amor de Deus nos conecta com a espiritualidade pura e verdadeira, a Sua presença viva em cada individuo e em toda a Sua criação, nos possibilita a prosseguir com justiça e dever na missão a cumprir.
Cada ser é um projeto de perfeição envolto ao amor e ao plano divino, porque nascemos sob Sua vontade, não por mero capricho, mas por uma razão de ser, razão esta, que nos prepara para uma vida futura eterna, em direção ao Reino de Deus.
A espiritualidade alimenta o nosso senso de justiça e Amor para com aqueles que necessitam da dignidade humana, para aqueles que confusos vivem suas vidas sem saberem o porque de viverem e que fazem parte do grande plano divino de um Reino que começa já, porém, não agora.
Eva Alice Astrid Leutenegger