Hace pocas semanas, con pompa y circunstancia, el actual papa se mostró nuevamente teólogo al publicar un libro: La Infancia de Jesús. Presenta en él la versión clásica y tradicional que ve en aquellos relatos idílicos una narración histórica. El libro dejó sorprendidos a los teólogos, pues, desde hace por lo menos 50 años, la exégesis bíblica sobre estos textos muestra que no se trata de un relato histórico, sino de alta y refinada teología elaborada por los evangelistas Mateo y Lucas (Marcos y Juan no dicen nada de la infancia de Jesús) para probar que Jesús era realmente el Mesías, el hijo de David y el Hijo de Dios.
Para este fin, recurren a géneros literarios, que parecen historia pero que son en realidad recursos literarios, como, por ejemplo, los Magos de Oriente (que representan a los paganos y de los sabios), los pastores (los más pobres y considerados pecadores por tratar con animales que los hacían legalmente impuros), la Estrella y los ángeles (para mostrar el carácter divino de Jesús), Belén, que no sería una referencia geográfica sino un significado teológico: el lugar, según las profecías, de donde vendría el Mesías, diferente de Nazaret, totalmente desconocida, donde probablemente habría nacido Jesús. Y así otros tópicos como analizo detalladamente en mi libro Jesucristo el Liberador (capítulo VIII). Pero todo eso nos es importante, por que supone conocimientos muy específicos.
Lo importante mismo, es que frente a los relatos tan conmovedores del Nacimiento podemos decir que estamos ante un grandioso mito, entendido positivamente como lo hacen los antropólogos: el mito como la trasmisión de una verdad tan profunda que solamente el lenguaje mítico, figurado y simbólico es adecuado para expresarla. Es lo que el mito hace. Un mito es verdadero cuando el sentido que quiere transmitir es verdadero e ilumina a toda la comunidad. Así el Nacimiento de Jesús es un mito cristiano lleno de verdad, de cercanía de Dios y de familiaridad.
Nosotros usamos hoy otros mitos para mostrar la relevancia de Jesús. Para mí es de gran significado un mito antiguo que la Iglesia aprovechó en la liturgia de Navidad para revelar la conmoción cósmica ante el nacimiento de Cristo.
En él se dice:
«Cuando la noche iba por la mitad de su curso se hizo un profundo silencio. Entonces, las hojas parlanchinas callaron como muertas. Entonces, el viento que susurraba quedó quieto en el aire. Entonces, el gallo que cantaba se detuvo en medio de su canto. Entonces, las aguas del riachuelo que corrían, se paralizaron. Entonces las ovejas que pastaban se quedaron inmóviles. Entonces, el pastor que levantaba su cayado quedó petrificado. En ese momento todo paró, todo se suspendió, todo hizo silencio: nacía Jesús, el salvador de la humanidad y del universo».
La Navidad quiere comunicarnos que Dios no es esa figura severa y de ojos penetrantes para escrutar nuestras vidas. Aparece como un niño. No juzga, solo quiere recibir cariño y jugar
Y he aquí que del Pesebre vino una voz que me susurró:
«¿Oh, criatura humana, por qué tienes miedo de Dios? ¿No ves que su madre enfajó su frágil cuerpecito? ¿No te das cuenta de que él no amenaza a nadie? ¿Ni condena a nadie? ¿No escuchas cómo llora suavemente? Más que ayudar, necesita ser ayudado y cubierto de cariño. ¿No sabes que él es Dios-con-nosotros como nosotros?» Y ya no pensamos más, damos paso al corazón que siente, se compadece y ama. ¿Qué otra cosa podríamos hacer delante de un Niño sabiendo que es Dios humanado?
Tal vez nadie haya escrito mejor sobre la Navidad y el Niño Jesús que el escritor portugués Fernando Pessoa, que dice: «Él es el eterno niño, el Dios que faltaba. El es lo divino que ríe y que juega. Es un niño tan humano que es divino».
Más tarde transformaron al Niño Jesús en San Nicolás, en Santa Claus y, finalmente, en Papá Noel. Poco importa, porque en el fondo, el espíritu de bondad, de proximidad y de Regalo divino está ahí. Estuvo acertado el editorialista Francis Church del The New York Sun de 1897 al responder a Virginia, una niña de 8 años que le escribió: «Querido Editor: dime la verdad, ¿Existe Papá Noel?
Y él sabiamente le respondió:
«Sí, Virginia, Papá Noel existe. Es tan cierto como que existe el amor, la generosidad y la devoción. Y tú sabes que todo eso existe de verdad y trae más belleza y alegría a nuestra vida. ¡Qué triste sería el mundo si no existiese Papá Noel! Sería tan triste como si no hubiese niñas como tú. No existiría la fe de los niños, ni la poesía y la fantasía, que hacen nuestra existencia leve y bonita. Pero para eso tenemos que aprender a ver con los ojos del corazón y del amor ¿Si existe Papá Noel? Gracias a Dios vive y vivirá siempre que haya niños grandes y pequeños que han aprendido a ver con los ojos del corazón»
En esta fiesta, intentemos ver con los ojos del corazón. Todos hemos sido educados para mirar con los ojos de la razón, por eso somos fríos. Hoy vamos a recuperar los derechos del corazón: vamos a dejarnos conmover con nuestros niños, permitir que sueñen y llenarnos de tierno afecto delante del Divino Niño que sintió placer y alegría al decidir ser uno de nosotros.
Traducción de María José Gavito Milano
Buen escrito y reflexion mi queridisimo Leonardo, así es la teología de Dios, simple, pura y sencilla, sin adornos ni parafernalias, así es la teología a la que estamos llamados a predicar, sencilla, humilde y humana, con los ojos del corazón, con el espíritu del alma. una Teologia bajo un mensaje acogedor, esperanzador incluyente y no excluyente. ojala algún día seamos uno en el mismo sentir y obrar humano, para descubrir la verdadera divinidad de Dios hecho hombre.
Estimado hermano.
Si bien en muchas de las cosas estoy de acuerdo contigo esta no es una de ellas.
Creo que importa bastante ya que para mi esa transformación del niño en Papá Noel ha sido transformar el Dios de la sencillez y la pobreza en el del capitalismo. Papá Noel es la imagen del capitalismo y consumismo más atroz. A través de la televisión, el cine y la cultura “made in USA” se nos muestra un personaje que invita a comprar y a gastar y que ha convertido la Navidad en consumo.
Un saludo
de acuerdo: Dios es sencillo,como un frágil niño, pero Divino.
de acuerdo: papá Noel / Santa es pura mercadotecnia y consumismo…. ahora todo diciembre son ‘felices fiestas’, que dejan sin mencionar el origen: el nacimiento del niño Dios.
El Papa exhortó a la Curia romana a un profundo examen de conciencia
Lunes 22 Dic 2014 | 08:49 am« Volver
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Ciudad del Vaticano (AICA): En su saludo habitual a los miembros de la Curia romana, en la mañana de hoy, el papa Francisco los exhortó a un profundo examen de conciencia y confesión en preparación de la Navidad, al considerar que la Curia romana es “un pequeño modelo de la Iglesia”, “un cuerpo complejo, compuesto de miembros diversos”, “dinámico”, pero estimó que debe nutrirse de la relación con Cristo a través de la oración y la caridad. “Una curia que no se autocritica, que no se actualiza, que no trata de mejorarse es un cuerpo enfermo”, advirtió.
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En su saludo habitual a los miembros de la Curia romana, en la mañana de hoy, el papa Francisco los exhortó a un profundo examen de conciencia y confesión en preparación de la Navidad, al considerar que la Curia romana es “un pequeño modelo de la Iglesia”, “un cuerpo complejo, compuesto de miembros diversos”, “dinámico”, pero estimó que debe nutrirse de la relación con Cristo a través de la oración y la caridad. “Una curia que no se autocritica, que no se actualiza, que no trata de mejorarse es un cuerpo enfermo”, advirtió.
“La Curia está siempre llamada a mejorar y crecer en comunión, santidad y sabiduría para realizar plenamente su misión. Y sin embargo, como cada cuerpo, también está expuesta a las enfermedades. Me gustaría mencionar algunas de las más frecuentes en nuestras vidas de curia. Son enfermedades y tentaciones que debilitan nuestro servicio al Señor”, prosiguió el Pontífice enumerando las “enfermedades” curiales:
“La enfermedad de sentirse “inmortal”, “inmune” o incluso “indispensable”, dejando de lado los controles necesarios y normales. Una Curia que no es autocrítica, que no se actualiza, que no intenta mejorarse es un cuerpo enfermo. Es la enfermedad del rico insensato que pensaba vivir eternamente y también de aquellos que se convierten en amos y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos”.
La enfermedad de “martalismo” (Marta), de la excesiva operosidad: es decir, de aquellos que están inmersos en el trabajo, dejando de lado, inevitablemente, “la mejor parte”: Sentarse a los pies de Jesús. Por eso, Jesús invitó a sus discípulos a “descansar” porque descuidar el necesario reposo conduce al estrés y la agitación. El tiempo del reposo para aquellos que han completado su misión, es necesario, es debido y debe tomarse en serio: pasar un “tiempo de calidad “con la familia y respetar las vacaciones como un tiempo para recargarse espiritual y físicamente; hay que aprender lo que enseña el Eclesiastés que “hay un tiempo para todo”.
“La enfermedad del endurecimiento mental y espiritual: Es la de los que, a lo largo del camino, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia y se esconden bajo los papeles convirtiéndose en “máquinas de trabajo” y no en “hombres de Dios”. Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para hacernos llorar con los que lloran y se regocijan con los que gozan. Es la enfermedad de los que pierden “los sentimientos de Jesús”.
“La enfermedad de la planificación excesiva y el funcionalismo: Es cuando el apóstol planifica todo minuciosamente y cree que haciendo así, las cosas efectivamente progresan, convirtiéndose en un contador o contable. Se cae en esta enfermedad porque siempre es más fácil y cómodo quedarse en la propia posición estática e inmutable. De hecho, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo. Él es la frescura, la fantasía, la innovación”.
“La enfermedad de la mala coordinación: Sucede cuando los miembros pierden la comunión entre sí y el cuerpo pierde la funcionalidad armoniosa y la templanza convirtiéndose en una orquesta que hace ruido porque sus miembros no cooperan y no viven el espíritu de comunión y equipo”.
“La enfermedad de Alzheimer espiritual: Es decir, la de olvidar la “historia de la salvación” la historia personal con el Señor, el “primer amor”. Es una disminución progresiva de las facultades espirituales. Lo vemos en los que han perdido el recuerdo de su encuentro con el Señor en los que construyen muros alrededor de sí mismos y se convierten. Cada vez más. En esclavos de las costumbres y de los ídolos que han esculpido con sus propias manos”.
“La enfermedad de la rivalidad y la vanagloria: Pasa cuando la apariencia, los colores de las ropas y las insignias de honor se convierten en el principal objetivo de la vida. Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir una “mística” falsa y un falso “quietismo”.
“La enfermedad de la esquizofrenia existencial: Es la enfermedad de los que viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica de los mediocres y del progresivo vacío espiritual que ni grados ni títulos académicos pueden llenar. Se crean así su propio mundo paralelo, donde dejan a un lado todo lo que enseñan con severidad a los demás y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta”.
“La enfermedad de las habladurías, de la murmuración, del cotilleo: Es una enfermedad grave que comienza con facilidad, tal vez sólo para charlar, pero que se apodera de la persona convirtiéndola en “sembradora de cizaña “(como Satanás), y en muchos casos en “asesino a sangre fría” de la fama de sus colegas y hermanos. Es la enfermedad de las personas cobardes que por no tener valor de hablar a la cara, hablan a las espaldas”.
“La enfermedad de divinizar a los jefes: Es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, con la esperanza de conseguir su benevolencia. Son víctimas del arribismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios. Son personas que viven el servicio pensando sólo en lo que tienen que conseguir y no en lo que tienen que dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas sólo por su egoísmo fatal”.
“La enfermedad de la indiferencia hacia los demás: Es cuando todo el mundo piensa sólo en sí mismo y pierde la sinceridad y la calidez de las relaciones humanas. Cuando los más expertos no ponen sus conocimientos al servicio de los colegas con menos experiencia. Cuando, por celos se siente alegría al ver que otros caen en lugar de levantarlos y animarlos”.
“La enfermedad de la cara de funeral: Es decir, la de las personas rudas y sombrías, que consideren que para ser serios hace falta pintarse la cara de melancolía, de severidad y tratar a los demás -especialmente a aquellos considerados inferiores- con rigidez, dureza y arrogancia. En realidad, la severidad teatral y el pesimismo estéril son a menudo los síntomas del miedo y la inseguridad en sí mismo”.
“La enfermedad de la acumulación: Cuando el apóstol busca llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino simplemente para sentirse seguro. La acumulación solamente pesa y ralentiza el camino inexorablemente”.
“La enfermedad de los círculos cerrados: Donde la pertenencia al grupo se vuelve más fuerte que la del Cuerpo y, en algunas situaciones que la de a Cristo mismo. También esta enfermedad comienza siempre con buenas intenciones, pero con el paso del tiempo esclaviza a los miembros convirtiéndose en “un cáncer” que amenaza la armonía del cuerpo y puede causar tanto daño -escándalos- especialmente a nuestros hermanos más pequeños”.
“La enfermedad de la ganancia mundana, del lucimiento: Cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para conseguir beneficios mundanos o más poderes. Es la enfermedad de la gente que busca insaciablemente multiplicar su poder y para ello son capaces de calumniar, difamar y desacreditar a los demás, incluso en periódicos y revistas. Naturalmente para lucirse y demostrarse más capaces que los otros”.
“Por lo tanto -señaló Francisco, después de explicar el catálogo de las enfermedades- estamos llamados -en este tiempo de Navidad y todo el tiempo de nuestro servicio y de nuestra existencia- a vivir “según la verdad en el amor, intentando crecer en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado, mediante la colaboración de todas las coyunturas, según la energía propia de cada miembro, recibe fuerza para crecer de manera de edificarse a sí mismo en la caridad”.
Estas enfermedades y tentaciones son un peligro para todo cristiano y pueden golpear a nivel individual o comunitario –subrayó el Pontífice- y añadió: “El antídoto es la gracia de sentirse pecadores, siervos inútiles. Solo el Espíritu Santo puede curar estas enfermedades. El sostiene todo esfuerzo de purificación y es promotor de la armonía”.
Sin la oración cotidiana y la caridad vivida el miembro de la Curia se convierte en un burócrata, en un gajo que poco a poco se muere y es tirado lejos. Que quede claro que sin Jesús no podemos hacer nada. Y la relación con él alimenta la relación con los otros. El Espíritu de Dios une, el espíritu del mal divide.
“Una vez leí -concluyó- que “los sacerdotes son como los aviones, son noticia sólo cuando se caen, pero hay tantos que vuelan. Muchos los critican y pocos rezan por ellos”. Es una frase muy simpática, pero también muy cierta, ya que describe la importancia y la delicadeza de nuestro servicio sacerdotal y cuanto daño puede causar un sacerdote que “cae” a todo el cuerpo de la Iglesia”.
Tratemos de crecer en cada cosa invitó el Papa. Y afirmó que un corazón lleno de Dios irradia alegría, pidió no perder el espíritu alegre que nos hace amables aún en las situaciones difíciles. Y concluyó diciendo que para no caer tenemos a la Virgen Madre de Dios y de la Iglesia, pidámosle que sane las heridas del pecado que cada uno lleva. Pidámosle que amemos a la iglesia como Cristo la ama y de reconocernos pecadores y abandonarnos en sus manos maternas.
EVA PERÓN: Mensaje de Navidad de 1951
Hubo un tiempo lejano en que, en nuestra tierra, prevalecieron los hombres de bien, conducidos por la exaltación de sus virtudes y la moderación de sus defectos y errores. Tiempo añorado en que lo sublime de los principios no era su mera enunciación, sino su realización práctica a través de soluciones concretas en beneficio de la Patria y del pueblo.
Tiempo casi místico en que el contenido de la Revelación evangélica “DIOS ES AMOR” no servía de muletilla para discursos vacuos en boca de “pastores” decadentes, sino como sólido fundamento para intentar una palabra de redención despojada de resentimientos y rencores disolventes. En aquel tiempo, casi olvidado, esplendió en Argentina el último destello de Cristiandad, es decir una construcción espiritual, política, cultural y social genuinamente cristiana. Luego los sedicentes cristianos, lobos vestidos con piel de corderos, se sumaron a los resentidos y a los malignos en sus esfuerzos por abatir esa obra promisoria y esperanzadora.
Por ello, al cabo de las décadas, llegamos a este oscuro presente, violento y anonadante. Para mostrar la profundidad del abismo al que nuestra querida Patria fue empujada, reproducimos el Mensaje que la señora Eva Perón dirigió, desde su lecho de enferma, la Nochebuena de 1951. Discurso más significativo aun considerando que muchos gobernantes posteriores, ninguno de ellos auténtico conductor del pueblo argentino, guardaron y guardan sospechoso silencio en ocasión de las Fiestas de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.
Todos los años, la Nochebuena nos reúne en el hogar inmenso de la Patria.
Y como si fuese una cosa ritual e imprescindible siento la imperiosa necesidad de hablar con mi corazón para todos los corazones amigos de la gran fraternidad justicialista.
Esta noche hacemos una tregua de amor en el camino de nuestras luchas y de nuestros afanes; y sólo pensamos en las cosas buenas y bellas que nos ha regalado la vida en el año que se acaba hundiéndose ya como un cometa en el horizonte de la eternidad, dejándonos una estela de recuerdos en el alma.
En todos los hogares del mundo, hombres y mujeres, ancianos y niños de todos los pueblos, en este mismo instante maravilloso están rindiendo homenaje al amor y están encendiendo en sus corazones las lámparas votivas de sus mejores recuerdos. ¿Por qué no hacer lo mismo nosotros en este inmenso hogar que es nuestra tierra? ¿Acaso no somos una gran familia?
Preside la mesa invisible de nuestra Nochebuena la figura de Perón, nuestro líder, nuestro conductor y nuestro amigo. Aquí está, sobre todos nosotros, mirando más allá del horizonte, con la mano firme puesta sobre el timón de nuestros destinos y con su corazón extraordinario, pegado a los sueños y a las esperanzas de su pueblo, Sobre todos nosotros, que somos y que nos sentimos hermanos porque nos une el vínculo de los mismos ideales y de los mismos amores. Por eso; porque somos y porque nos sentimos una inmensa familia y porque no podemos evadirnos del sortilegio maravilloso que en esta noche embarga el corazón de todas las familias del mundo, nosotros nos reunimos también en esta medianoche del amor y del recuerdo, para rendir precisamente nuestro homenaje al amor y para dejarnos llevar por los recuerdos del año que ya empieza a morir.
Por eso estas palabras mías se atreven a romper el bullicio o el silencio de la noche, se animan a llegar con su mensaje al corazón de todos los hogares que quieren recibirlas con cariño y se derraman así sobre la mesa invisible de la Patria Nueva, como un canto de amor y de esperanza.
Lo primero que se me ocurre es agradecer a Dios, porque en medio de un mundo casi definitivamente olvidado del amor, nosotros creemos en su poder y en su fecundidad, y nos permitimos anunciar la buena nueva de su advenimiento por el camino del Justicialismo.
Por eso nos regocijamos y nos alegramos en la fiesta de esta noche.
Hace diecinueve siglos y medio Dios eligió a los humildes pastores de Belén para anunciar el advenimiento de la paz a los hombres de buena voluntad. Sobre aquél mensaje, los hombres de mala voluntad han acumulado diecinueve siglos y medio de guerras, de crímenes, de explotación y de miseria, precisamente a costa del dolor y de la sangre de los pueblos humildes de la tierra. Y cuando todo parecía perdido, acaso definitivamente, nosotros, un pueblo humilde, a quien la soberbia de los poderosos llamó “descamisado”; nosotros, un pueblo que repite en su generosidad, en su sencillez, en su bondad, la figura de los pastores evangélicos, hemos sido elegidos entre todos los pueblos y entre todos los hombres, para recoger de las manos de Perón, bañado en el fuego de su corazón e iluminado por sus ideales de visionario, el antiguo mensaje de los ángeles.
Salvando las distancias y remedando el cántico antiguo, podríamos decir que Dios ha hecho grandes cosas entre nosotros, deshaciendo la ambición del corazón de los soberbios, derribando de su trono a los poderosos, ensalzando a los humildes y colmando de bienes a los pobres.
Por eso la Nochebuena nos embarga el corazón con la armonía de sus encantos prodigiosos, porque la Nochebuena es nuestra, es la noche de la humildad, la noche de la justicia. Y el Justicialismo que Perón nos ha enseñado y nos ha regalado como una realidad maravillosa de sus manos, es precisamente eso, algo así como el eco vibrante del anuncio que recibieron los pastores o como el reflejo encendido de la estrella que señaló, en la noche de los hombres, el divino amanecer de una redención extraordinaria.
Esta noche también sentimos que empieza ya a morir el año que termina. Por eso nos gusta rememorar las alegrías y las penas que nos trajo sobre el hombro de sus días y de sus semanas, y hasta los dolores ya sobrepasados nos parecen esta noche menos amargos.
Acaso, precisamente, porque ya son recuerdos.
Este año que se va nos ha dejado la marca de su paso en el corazón y lo mismo que en todos estos años que van pasando sobre nosotros, bajo la mirada y la protección serena de Perón, la de 1951 es una marca de felicidad. Yo sé que dentro de muchos años, cuando en esta misma noche los argentinos se dejen acariciar por el recuerdo y retornen sobre sus alas al pasado, llegarán a estos años de nuestra vida y dirán melancólicamente: entonces éramos más felices, Perón estaba con nosotros. Porque la verdad, la indudable verdad es que todos somos ahora más felices que antes de Perón. No tanto por los bienes materiales que poseemos, cuanto por la dignidad que nos dio con su esfuerzo infatigable. Si nuestra felicidad residiese solamente en las riquezas materiales, no tendríamos derecho a ser dichosos. Pero nos sentimos felices porque en el seno de la gran familia justicialista que formamos, todos somos hijos iguales de la misma Patria, con los mismos derechos y los mismos deberes. Nos mide a todos, con la misma medida, la vara de la misma justicia. Nos ampara la bandera enhiesta de la dignidad y nos abraza la generosidad paternal del mismo amor que brota del corazón inigualable de Perón. Ahora sí podemos abrir nuestro corazón a la palabra ardiente del amor y comprendemos el verdadero sentido de la fraternidad.
No queremos vanagloriarnos con orgullo de lo que somos ni de lo que tenemos, pero en esta noche, propicia para los aspectos del corazón, sentimos la necesidad de decirle a los hombres y mujeres del mundo el sencillo secreto de nuestra felicidad, que consiste en poner la buena voluntad de todos para que reinen la justicia y el amor.
Primero la justicia, que es algo así como el pedestal para el amor.
No puede haber amor donde hay explotadores y explotados. No puede haber amor donde hay oligarquías dominantes llenas de privilegios y pueblos desposeídos y miserables. Porque nunca los explotadores pudieron ser ni sentirse hermanos de sus explotados y ninguna oligarquía pudo darse con ningún pueblo el abrazo sincero de la fraternidad.
El día del amor y de la paz llegará cuando la justicia barra de la faz de la tierra a la raza de los explotadores y de los privilegiados, y se cumplan inexorablemente las realidades del antiguo mensaje de Belén renovado en los ideales del Justicialismo Peronista:
Que haya una sola clase de hombres, los que trabajan;
Que sean todos para uno y uno para todos;
Que no exista ningún otro privilegio que el de los niños;
Que nadie se sienta más de lo que es ni menos de los que puede ser;
Que los gobiernos de las naciones hagan lo que los pueblos quieran;
Que cada día los hombres sean menos pobres y
Que todos seamos artífices del destino común.
Para que todo esto se consolide como una realidad duradera entre nosotros, seguiremos luchando con Perón, al pie de sus banderas victoriosas, hasta el último aliento que nos dé la vida.
En este año que se acaba, hemos conseguido que Perón nos acompañe otra vez y nos conduzca, en una nueva etapa de la Patria; y nos disponemos a rodearlo con nuestro cariño y ayudarlo con nuestro esfuerzo, para que se cumplan todos los sueños de su corazón. Yo seguiré a su lado, brindándole también mi cariño, por todos los que lo quieren y cuidando sus espaldas para salvarlo del odio de sus enemigos. Seguiré a su lado con todos ustedes, mis amigos descamisados, mis compañeros trabajadores; con todos los que se sientan peronistas de corazón. Seguiré a su lado como la simple y humilde mujer que renunció a todos los honores, porque le gustaba más que su pueblo la llamase cariñosamente: Evita.
E.