Escolha uma Página

Para no tener que soportar emails rencorosos, empiezo diciendo que no estoy defendiendo la corrupción de políticos del Partido de los Trabajuadores (PT) y de la base aliada, objeto de la acción penal 470 que está siendo juzgada por el Supremo Tribunal Federal (STF). Si se comprueba que se han cometido delitos, merecen las penas previstas por el Código Penal. El rigor de la ley ha de aplicarse a todos.
Otra cosa, sin embargo, es la espectacularización del juicio, transmitido por la tele.  Ahí es ineludible la feria de las vanidades y el sesgo ideológico subyacente en la mayoría de los discursos.
Desde La Ideología Alemana de Marx/Engels (1846) hasta Conocimiento e Interés de J. Habermas (1968 y 1973) sabemos que por detrás de todo conocimiento y de toda práctica humana hay una ideología latente. Resumiendo podemos decir que la ideología es el discurso del interés. Y todo conocimiento, incluso el que pretende ser el más objetivo posible, viene impregnado de intereses. Pues así es la condición humana. La cabeza piensa a partir de donde pisan los pies. Y todo punto de vista es la vista desde un punto. De aquí no se escapa nadie.  Cabe analizar política y éticamente el tipo de interés, a quién beneficia, a qué grupos sirve y qué proyecto de Brasil tiene en mente.  ¿Cómo entra el pueblo en todo esto? ¿Sigue siendo invisible y despreciable?
La ideología pertenece al mundo de lo escondido y de lo implícito. Pero se han  desarrollado varios métodos, que practiqué durante muchos años con mis alumnos de epistemología de Petrópolis, para desenmascarar la ideología.  El más simple y directo es observar la adjetivación o calificación que se aplica a los conceptos básicos del discurso, especialmente en las condenas.
En algunos discursos como los del magistrado Celso de Mello lo ideológico grita, hasta en el tono de voz que utiliza. Cito solamente algunas calificaciones oídas en la plenaria: el “mensalón” sería “un proyecto ideológico-partidista de inspiración patrimonialista”, un “asalto criminal a la administración pública”, “una pandilla de ladrones de la calle” y una “banda criminal”. Se tiene la impresión de que los líderes del PT e incluso algunos ministros no hacían otra cosa que organizar robos y soborno de diputados, en vez de ocuparse de los problemas de un país tan complejo como Brasil.
¿Cuál es el interés que se esconde tras las doctas argumentaciones jurídicas? Como ya ha sido señalado por reconocidos analistas del calibre de Wanderley Guilherme dos Santos, ahí se revela un cierto prejuicio contra los políticos venidos del campo popular. Más aún: se busca aniquilar toda la posible credibilidad del PT como partido que viene de fuera de la tradición elitista de nuestra política; se busca indirectamente alcanzar a su carismático líder, Lula, sobreviviente de la gran tribulación del pueblo brasilero y el primer presidente obrero, con una inteligencia asombrosa y habilidad política innegable.
La ideología que se filtra en los principales pronunciamientos de los magistrados del STF parece eco de la voz de otros, de la gran prensa empresarial que nunca aceptó que Lula llegase al palacio de Planalto. Su destino y su condena es la Planicie. En Planalto podría entrar como personal de limpieza para limpiar los baños.
En la plenaria se oyen ecos provenientes de la Casa Grande que le gustaría mantener a la Senzala siempre sumisa y silenciosa. Difícilmente se tolera que a través del PT los desheredados e invisibles comenzasen a discutir de política y a soñar con reinventar un Brasil diferente. Se tolera un pobre ignorante y mantenido políticamente en la ignorancia. Se tiene verdadero pavor de un pobre que piensa y que habla. Lula y otros líderes populares o convertidos a la causa popular como João Pedro Stedile, empezaron a hablar y a implementar políticas sociales que permitieron que una buena parte de la población, equivalente a toda una Argentina, fuese incluida en la sociedad de los ciudadanos.
Esta causa no puede estar bajo juicio. Ella representa el sueño mayor de los que siempre fueron desposeídos. La Justicia tiene que tomar en serio este anhelo si no quiere desmoralizarse consagrando un statu quo que nos hace pasar internacionalmente vergüenza. Justicia es siempre la justa medida, el equilibrio entre el más y el menos, la virtud que impregna todas las virtudes (“la luminosísima estrella matutina” de Aristóteles).
Estimo que el STF no ha conseguido mantener la justa medida. El STF debe honrar esa justicia-mayor que encierra todas las virtudes de la polis, de la sociedad organizada. Entonces sí se hará justicia en este país.
Leonardo Boff es profesor emérito de Ética de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ).