Al lado de las familias matrimoniales que se constituyen en el marco jurídico-social y sacramental, cada vez más surgen las familias-pareja (cohabitación y uniones libres) que se forman consensuadamente fuera del marco tradicional y perduran mientras exista la pareja, dando origen a la sociedad familiar consensual no conyugal.
En todo el mundo aumentan las uniones entre homoafectivos (hombres y mujeres) que luchan por la constitución de un marco jurídico que les garantice estabilidad y reconocimiento social, lo cual también se está haciendo en Brasil.
No es lícito emitir un juicio ético sobre estas formas de cohabitación sin antes entender el fenómeno. En concreto: ¿cómo conceptuar la familia según las diversas formas en las que se está estructurando en los días actuales?
Un especialista brasileño, Marco Antonio Fetter, el primero entre nosotros en crear la Universidad de la Familia, en Porto Alegre, con todos los grados académicos, la define así: la familia es un conjunto de personas con objetivos comunes y con lazos y vínculos afectivos fuertes, cada una de ellas con un papel definido, donde naturalmente aparecen los papeles de padre, madre, hijos y hermanos (Correio Riograndense, 29/10/2003,11; ver también:www.unifam.com.br e o e-mail:mafetter@terra.com.br
La transformación más grande, sin embargo, ocurrió en la familia con la introducción de los preservativos y anticonceptivos, hoy incorporados a la cultura como algo normal, que ayudan a evitar el SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual. Además, con los preservativos y la píldora, la sexualidad se ha separado de la procreación y del amor estable.
La sexualidad así como el matrimonio se ven cada vez más como una oportunidad de realización personal, incluyendo o no la procreación. La sexualidad conyugal gana más intimidad y espontaneidad, pues, por los medios anticonceptivos y la planificación familiar, queda liberada del imprevisto de un embarazo no deseado. Los hijos/hijas son queridos y decididos de común acuerdo.
El énfasis en la sexualidad como realización personal propició la aparición de formas de cohabitación que no son estrictamente matrimoniales. Expresión de ello son las uniones consensuadas y libres sin otro compromiso que la mutua realización de la pareja o la cohabitación de homoafectivos.
Tales prácticas, por nuevas que sean, deben incluir también una perspectiva ética y espiritual. Es importante velar para que sean expresión de amor y de mutua confianza. Si hay amor, en una lectura cristiana del fenómeno, tiene que ver con Dios, pues Dios es amor (1Jn 4,12.16). Entonces no caben prejuicios y discriminaciones. Antes bien, hay que tener respeto y apertura para entender tales hechos y colocarlos también ante Dios. Si las personas comprometidas así lo hacen y asumen la relación con responsabilidad, no se le puede negar relevancia religiosa y espiritual. Se crea una atmósfera que ayuda a superar la tentación de la promiscuidad, se refuerza la estabilidad y hace disminuir los prejuicios sociales.
Si hay sexo sin procreación, puede haber procreación sin sexo. Se trata del complejo problema de la procreación in vitro, de la inseminación artificial y del “útero de alquiler”. Toda esta cuestión es extremadamente polémica en términos éticos y espirituales y sobre esto parece que no hay consenso.
En general, la posición oficial católica tiende a una visión naturista, exigiendo para la procreación la relación sexual directa de los esposos. Cuando es razonable se admite la legitimidad de la unión de un óvulo de la esposa con un espermatozoide del esposo de forma artificial y luego la implantación del óvulo fecundado en el útero, siempre que tal procedimiento esté imbuido de amor.
Sobre esta cuestión compleja, nos valemos de la opinión de un especialista holandés católico:
«La tecnificación de la procreación humana no está exenta de problemas. La inseminación artificial en sus diferentes formas, la fecundación in vitro y el trasplante de embriones nos permiten realizar un embarazo fuera de los marcos seguros del matrimonio tradicional. Así es posible que una mujer esté embarazada por inseminación artificial con esperma de un donante anónimo; se pueden reunir in vitro espermatozoides y óvulos e implantarlos después en la mujer; se puede tener un hijo por medio de una madre de “alquiler”. Estos medios técnicos no están, de forma neutra, a nuestra disposición como capacidad puramente instrumental, en ellos debe estar presente una responsabilidad ética» (Concilium n.260,1995,36). Son medios al servicio del amor parental.
No basta la procreación artificial. El ser humano tiene derecho a nacer humanamente de un padre y de una madre que en su amor lo desearon. Si por cualquier problema se recurre a una intervención técnica, nunca se puede perder el ambiente humano y el correcto propósito ético.
El hijo/hija que procede de ahí debe poder tener nombre y apellido y ser recibido socialmente. La identidad social, en estos casos, es más importante, antropológicamente, que la identidad biológica. Además, es importante que el niño sea insertado en un ambiente familiar para que, en su proceso de individuación, pueda realizar el complejo de Electra en relación a la madre o el de Edipo con respecto al padre, de forma exitosa. Así se evitan daños psicológicos irreparables
Por último, siempre se debe entender la vida como la culminación de la cosmogénesis y el mayor don del Creador.
*Leonardo Boff escribió con Rose-Marie Muraro, Femenino/Masculino, 2002.
Traducción de Mª José Gavito Milano
“Pai Nosso, venha a nós o vosso Reino. Seja feita a vossa Vontade assim na terra como no Céu.”