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El Sínodo Panamazónico que se ha celebrado en Roma en el mes de octubre ha suscitado una gran discusión, especialmente entre católicos ligados a ciertas tradiciones y doctrinas, involucrando hasta a cardenales y obispos europeos, acerca de la evangelización de las culturas de los pueblos originarios. En este punto ha habido un cambio real de orientación, fruto de la apertura teológica del Concilio Vaticano II (1962-1965) y del diálogo interreligioso e intercultural, provocado por el proceso de mundialización. Este ha propiciado el encuentro de culturas y de religiones que antes apenas se conocían. Se ha desarrollado un rico diálogo y la exigencia de ver la presencia del Espíritu en aquellas culturas y religiones.

La cuestión se agudizó al tratar de la evangelización de los pueblos amazónicos que habitan en 9 países de nuestro Continente. Evangelizar sus culturas o evangelizar en sus culturas, se preguntaban. La evangelización tradicional buscaba evangelizar sus culturas, convirtiéndolas al cristianismo, moldeado según la cultura occidental. El índio, al hacerse cristiano, prácticamente dejaba de ser indio y se incorporaba a la cultura dominante occidental. Así fue siempre durante siglos. El cristianismo fue impuesto por la cruz y por la espada, ocasionando no raramente grandes matanzas de indígenas por causa de su resistencia.

Cómo olvidar aquella voz doliente del profeta maya Chilam Balam de Chumayel : “Ay! Entristezcámonos porque llegaron los españoles … vinieron a marchitar nuestras flores para que solo sus flores viviesen … vinieron a castrar el sol”. Y su lamento continúa: ”Entre nosotros se introdujo la tristeza, se introdujo el cristianismo… Ese fue el principio de nuestra miseria, el principio de nuestra esclavitud”.

A la Iglesia le cuesta admitir que el proyecto de colonización y el proyecto misionero son en realidad un único proyecto. Así ella se hizo cómplice del exterminio de millares de indígenas con la oposición de un Bartolomé de las Casas, Sahagún, Padre Vieira y otros.

Fue preciso que viniera el Papa Francisco, del gran Sur del mundo para reconocer en la apertura del Sínodo Panamazónico: ”Cuántas veces el don de Dios no fue ofrecido sino impuesto. Cuántas veces hubo colonización en vez de evangelización”. Más enfático fue en Puerto Maldonado (Perú), cuando dijo:”Pido humildemente perdón no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino también por los crímenes contra los pueblos originarios cometidos durante la conquista de América”.

Ahora lo que se propone es evangelizar en las culturas. La Iglesia no escoge la cultura en la cual quiere encarnarse. Toda cultura es apta para asumir el mensaje evangélico y expresarlo con los recursos lingüísticos y simbólicos de que dispone. Por tanto, se trata de evangelizar en y a partir de la cultura propia de los indígenas. Eso parece una obviedad. Pero no lo es en muchos círculos hasta el día de hoy. Reina todavía cierto exclusivismo cristiano y católico, en la convicción de que la única forma de Iglesia de Cristo es esta que existe actualmente, con el Papa, toda la jerarquía eclesiástica y la multitud de fieles. Esta sería la única válida y legítima.

Olvidan que Jesús no era un romano ni un griego. Era un hebreo medio-oriental, más próximo a la cultura de aquellos pueblos que a la grecolatina. Concretamente, el cristianismo actual es fruto de un gran sincretismo, tomado positivamente, con elementos judaicos, griegos, romanos, germánicos y modernos. No es una religión revelada sino un producto de la fe de convertidos, que, con los instrumentos de sus respectivas culturas, dieron cuerpo a las Iglesias históricas, y en particular a la Iglesia católica romana con sus teologías, liturgias y símbolos.

Lo que fue derecho de los cristianos europeos vale también para los pueblos originarios panamazónicos. Dice con razón el texto preparatorio: “Una Iglesia con rostro amazónico deja atrás una tradición colonial, monocultural, clerical e impositiva, y sabe discernir y asumir sin miedo las diversas expresiones culturales de los pueblos”. Aquí se presenta la oportunidad de una eclesiogénesis, es decir, de la génesis de otro tipo de Iglesia católica, no romana, sino en comunión con ella.

La evangelización convencional incurre en un reduccionismo: predica al Cristo encarnado, limitado al espacio palestino. Pero el Cristo real es el resucitado que llena el universo, el mundo, las personas y las Iglesias, como enseña la teología de San Pablo y de San Juan.Es el Cristo cósmico. Esta visión cristocéntrica olvidó al Dios-comunión de Personas divinas, la Santísima Trinidad, fundamento de la comunión entre los seres humanos y las culturas. Olvidó al Espíritu Santo que estuvo presente en el acto de la creación, que hizo engendrar a Jesús en el seno de María y continúa y actualiza siempre su mensaje. Este Espíritu está siempre presente en la creación, en las culturas y en el corazón de las personas. Donde reina el amor, se hace fuerte la solidaridad, se actualiza la misericordia y se abre el corazón en la veneración y en la unción a Dios, ahí estaba y está el Espíritu. Él siempre llega antes que el misionero en la Panamazonia. Este acoge el don del Espíritu en el pueblo, lo abraza y enriquece con la buena noticia de vida eterna de Jesús.

Bellamente dice el texto preparatorio: “Tenemos que captar lo que el Espíritu del Señor ha enseñado a estos pueblos a lo largo de los siglos: la fe en Dios Padre-Madre Creador, el sentido de comunión y de armonía con la tierra, el sentido de solidaridad con sus compañeros, el proyecto del buen vivir… Necesitamos que los pueblos originarios modelen culturalmente las Iglesias amazónicas locales”.

Seguramente en el contexto de la vieja cristiandad europea sería imposible dar ese paso adelante. Pero estamos en el nuevo mundo, donde somos mayoría de católicos y tenemos condiciones para gestar un rostro nuevo de la Iglesia de Cristo.

*Leonardo Boff es teólogo y filósofo y ha escrito: Eclesiogénesis: la reinvención de la Iglesia a partir de las bases, Record, Rio 2010.

Traducción de María José Gavito Milano

PS. El presente artículo fué leydo por el Papa Francisco que escribió a su autor:

“Querido hermano:

Gracias por tu correo y tu reflexiòn sobre el reduccionismo cristocentrico y la presencia del Espìritu. Me sirve mucho.
Rezo por vos. Por favor, no te olvides de hacerlo por mì.
Que Jesùs te bendiga y la Virgen Santa te cuide. Fraternalmente.

Francisco”